




Diseñar arte generativo es un acto de confianza. Confianza en el código, en la aleatoriedad, en la posibilidad de que algo inesperado emerja. No se trata de ceder el control, sino de construir un sistema que respire por sí mismo.
Trabajo con reglas. Límites, ecuaciones, ciclos, ruido. Pero no busco resultados fijos. Busco condiciones de posibilidad. Quiero que mis piezas me devuelvan la mirada, que tomen decisiones que yo no programé directamente.
Algunas obras aparecen en la pantalla como si siempre hubieran estado ahí, esperando ser ejecutadas. Otras surgen por accidente, y me enseñan algo nuevo sobre ritmo, repetición o forma. En todos los casos, hay una especie de coautoría entre mi intención y el comportamiento emergente del sistema.
Esa coautoría también se vuelve una forma de desapego. Cada vez que ejecuto un sketch, me preparo para dejar ir lo que creí que debía ocurrir. A veces las formas son brutales, otras veces son líricas. Algunas me parecen fallidas, otras me obsesionan. Pero todas forman parte de una conversación continua con el sistema que diseñé.
También me interesa el momento en el que el azar se siente significativo. ¿Por qué esa curva en esa posición parece "correcta"? ¿Qué hace que un ruido Perlin se perciba como natural? Estas preguntas, lejos de alejarme del arte, me acercan más. Porque el arte generativo no trata solo de estética, sino de percepción, ritmo, y estructura.
En un contexto de saturación visual y producción acelerada, el arte generativo propone otra lógica: una que valora el proceso sobre el producto, lo variable sobre lo definitivo. Cada ejecución es única, cada exportación es un fragmento de un universo mayor. Y eso se vuelve aún más interesante cuando se lleva a medios físicos: trazar una de esas versiones en papel, grabarla en madera, bordarla. Es congelar una posibilidad.
Para mí, esto es lo más emocionante: que una obra generativa no se agota. Solo se despliega, una y otra vez, con leves variaciones que la mantienen viva. A veces una línea interrumpe la composición y genera tensión. A veces un patrón se rompe por accidente. Pero eso no es un error: es parte de la vida interna del sistema.
El arte generativo es una práctica de diseño, pero también de escucha. Escuchar lo que el sistema puede hacer más allá de mis expectativas. Y eso, al final, es una forma de humildad creativa. Dejar hablar al código y reconocer que a veces el resultado más poderoso no es el que busqué, sino el que emergió.